Llevo viviendo en mi ciudad veintidós años y todavía no he explotado todo el potencial que esconde. El otro día, sin ir más lejos, en una de mis excursiones fuera de la realidad, me fugué a una pequeña playa.
Por suerte, estamos en invierno y se encontraba prácticamente desierta. Sólo disfrutábamos de aquello un pescador que, de vez en cuando, aparecía absorto en su actividad y mi compañero y yo.
Este rincón, al estar protegido por las rocas, no ha sufrido el mismo deterioro que el resto de la costa de Fuengirola. Se encuentra un poco apartado del núcleo urbano, a unos veinte minutos andando por el paseo marítimo, pasando el Castillo Sohail.
El mar es una de mis debilidades; tan azul e infinito, siempre en continuo movimiento ¿Existe algo que pueda provocar en un alma mayor sensación de libertad?
Siempre me han dicho que no se debe nadar de espaldas a la arena, porque, sin darte cuenta, pierdes la noción de la distancia ¿Cómo no va a ocurrir esto? ¿Quién puede resistirse al magnetismo del horizonte desconocido? ¿Quién puede no acudir a la llamada de la linea perfecta que nos une con el cielo? ¿Quién no se siente tentado y atraído por la voz de las sirenas?
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