Es un libro brillante, muy cortito, que podréis encontrar en las librerías por poco más de siete euros, que os dará para reflexionar, por lo menos, un par de semanas y que merece la pena ser leído, aunque sea solo por lo interesante de la figura de su autor, el mítico Liev Tolstoi, que en esta novela nos muestra, mediante ficción, su manera tan revolucionaria, tanto entonces como ahora, de percibir el mundo.
La historia transcurre durante la travesía de un grupo de personas que comparten vagón en un tren ruso. El autor se sirve para exponer la trama del diálogo entre el protagonista, Pózdnyshev, y uno de sus compañeros de viaje. En la larga conversación se abordan numerosos problemas morales y éticos de la época, aunque fácilmente trasladables, por desgracia, a la sociedad actual (así hemos avanzado).
En primer lugar, nos descubre el papel que socialmente se le atribuye a la mujer en la vida y, por supuesto, en el amor ¿Por qué este tema y no otro? En mi opinión, por la naturalidad y la belleza que en él se puede encontrar y que, como todo en este mundo raído y ruinoso, se haya totalmente contaminado.
El amor es algo que, misterios de la bioquímica, hace que nuestro cerebro segregue endorfinas y millones de hormonas más zambulléndonos en un estado que se nos antoja idílico y que, la insulsa sociedad, el inútil y estúpido movimiento de la masa, el yugo de la religión, los intereses económicos y la lucha infructuosa de los filósofos, lo han convertido en una mera etapa de una vida gris y en una absurda firma en un contrato más.
En la segunda parte del libro, Pózdnyshev, nos cuenta la historia de su vida. Nos habla de la presión social que va calando cual gota china en la mente inocente, por aquel entonces, del protagonista. Él, como es normal, con el paso del tiempo, se enamora, se casa y tiene hijos. Esta parte de su biografía contiene numerosas luces y sombras que nos dejan vislumbrar el alma torturada del personaje.
Todos sabemos que al individuo se lo produce en serie, en cadena, para un determinado tipo de asuntos, y la consciencia de esta realidad va pudriendo por dentro al protagonista. Todo queda bajo el control fulminante de la masa. Nada, nada queda en nuestra vida adulta de lo que soñábamos de niños. Nos obligan a aspirar a un transcurrir monótono, estable, ni frío, ni cálido, anodino, tedioso y, por supuesto, carente de aventuras, todo él escondido en un minúsculo recodo del mundo al que te obligan a anclarte ¿y la ilusión de ser astronauta, como decían en el último Congreso de Mentes Brillantes?¿y la de ser explorador?¿o arqueólogo? ¿Cuántos niños que jugaban con dinosaurios hoy han cumplido su sueño? Por favor… no somos cosas. Tenemos ambiciones, necesitamos pasión para vivir, ideales, utopías… aunque no se consiga, necesitamos buscar la plenitud, y lo sabéis, para tener la ilusión de ser felices.
Hay algo que me parece asombrosamente divertido y es que, en una parte, se dice “lo que los hombres ignoramos, porque no queremos saberlo, las mujeres lo saben muy bien; es decir, que el sentimiento elevado y poético que llamamos amor no depende de las cualidades morales, sino de la intimidad física y de los peinados, del color y del corte de un vestido”. Y a esto digo yo ¿qué hace al hombre distinto del animal, sino su capacidad de apreciar la belleza? Un simio, en mayor o menor medida, puede razonar. Dicen los científicos que, incluso, algunas especies pueden alcanzar hasta una inteligencia similar a la de un niño de cinco años, ¿pero, encandilarse con el “David” de Miguel Ángel o cautivarse en la expresión de la “Mona Lisa”? Además, y aun a riesgo de que me tachéis de superficial, la vida es más hermosa rodeados de belleza.
También se habla de que la mujer utiliza su conocimiento en este campo como instrumento de poder ¿Qué habría de malo ahí? ¿Quién no ansía el poder? ¿Es contrario a la humanidad de la mujer aprovechar los altos o bajos instintos de los hombres para colocarlos de manera inevitable bajo la aguja incisiva de su tacón? La respuesta os la digo yo, no, sería totalmente natural. La cuestión reside en que no puede abstraerse la figura de la mujer desposeyéndola de toda alma, sentimiento y personalidad. Hombres y mujeres son solo individuos, personales y únicos, y, evidentemente, habrá pautas generalizadas, pero no tiene ningún sentido establecerlas por sexos. Además, no nos subestimemos, existe otra cualidad que nos hace seres únicos, una cualidad heredada directamente de lo divino, la creatividad. No solo en las artes o las ciencias, también en nuestra vida cotidiana se haya presente, y, por suerte o desgracia, nos convierte, individualmente, en un maravilloso, original e impredecible fenómeno.
Nuestro protagonista intenta con la narración de su vida justificar el asesinato de su esposa, explicándonos los motivos, tanto personales como sociales, que lo han llevado a pensar como lo hace y a la ejecución del crimen.
Pózdnyshev tenía un matrimonio normal, con altibajos, como todos, pero la pareja poco a poco se fue deteriorando, hasta que se inmiscuyó un tercero. Este parecía intercambiar miradas con su mujer, gestos más agradables de lo normal; además, había un vínculo entre ellos, la música, que, según él, era “uno de los sentimientos voluptuosos más refinados” y, en último lugar, y lo que más le exasperada; su esposa ya no lo quería.
El personaje, aunque se cree consciente durante esta serie de actos, no lo es del todo. Acompañado del calor de su sangre, se ha apartado del camino de razón del hombre y se ha dejado arrastrar por el instinto animal. En los arrebatos irracionales, procedentes de la parte más primitiva de nuestra mente, “uno no siente más que excitación y no sabe lo que debe hacer”.
Para finalizar, creo que de esta historia debemos sacar sobre todo una conclusión; en el mundo, en nuestra vida, ocurren una infinidad de procesos mentales y físicos, en nuestro medio interno y externo, que no percibimos, por ello debemos ser pacientes y pensar. Sí, pensar por nosotros mismos y no dejarnos inertes y abatidos en los cauces construidos por las leyes que se nos impongan ¿acaso parecía plausible la física cuántica según las leyes de la newtoniana?¿O las infinitas galaxias según el sistema de Ptolomeo? Resignadamente y, en palabras de Pózdnyshev, “qué difícil resulta saber lo que oculta nuestra porquería… Al menos, usted me escucha; se lo agradezco”.
Espero que lo que os he contado os haya atraído, si pincháis aquí podréis verla en la Fnac, pero, si tenéis oportunidad, compradla en alguna librería cercana, creo que hay que ser responsables y favorecer al pequeño comercio, o acudid a alguna biblioteca que seguro que la tienen. Gracias, amigos.
Yo compré mi libro aquí. |
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